lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 13.

Han trazado un plan para que no los pillen y los paparazzi no sepan dónde vive Isabella.
-Yo bajo antes y los llevo a otro lugar. Tú baja a los diez minutos, ¿entendido?
Isabella asiente, Ashton le da un pequeño beso y se marcha del piso.
Los diez minutos se hacen interminables. Cada segundo parece una eternidad.
Cuando calcula que ya ha pasado el tiempo, baja hasta la puerta principal. Con cuidado, la abre y echa un vistazo al exterior. Aún quedan varios periodistas.
"Lo mejor será echar a correr y despistarlos", piensa de inmediato.
Y eso hace: sale, cierra la puerta de un portazo y echa a correr calle abajo.
A veces mira hacia atrás, para comprobar que algunos de ellos siguen corriendo tras ella.
El diafragma empieza a doler, y las piernas a fallar. Así que, en la primera calle que tiene salida, entra a una cafetería donde varios señores de alta edad juegan al billar y fuman unos cigarrillos.
Cierra de un portazo. Todos los allí presentes la examinan, impacientes por saber qué desea.
-¿Qué quieres? -Pregunta la voz borde de la camarera sesentona detrás de la barra. Está limpiando un vaso de cristal (del que la mugre nunca se irá), mientras masca chicle sonoramente.
-Nada, gracias.
-O consumes, o te largas.
-Una Coca-Cola -dice, y se sienta en una de las banquetas de la barra-, ¿el baño?
-Al fondo a la derecha, al lado del billar -Dice, mientras abre el refresco y lo vierte en un vaso no demasiado limpio.
Isabella pasa por la mesa de billar, donde dos hombres discuten sobre política. Al presenciar a Isabella, voltean la cabeza para mirarla sin demasiado disimulo.
El baño es todo menos baño. La mugre se encuentra hasta pegada en el espejo, la luz no funciona bien y algo de agua (espera que agua) sale disparada del retrete.
"Márchate de aquí, nada de aquí es bueno y esos hombres no me dan buena espina".
Sale, dispuesta a pagar y marcharse. Cuando todo se vuelve negro. Se ha dejado la mochila en el coche de Ashton y no tiene dinero.

-Os digo que ya se ha ido -dice Ashton, mientras anda hacia no sabe dónde-. Sólo es una amiga.
-¿Desde cuándo salís juntos? -Pregunta un paparazzi.
-¡Os he dicho que es sólo una amiga!
-Sólo hacemos nuestro trabajo -declara una mujer, demasiado joven para trabajar en esta profesión-. No seas tan grosero.
-Siento ser así, pero es mi vida privada y no quiero implicar a esa chica. Es demasiado joven para vivir esta mierda. Ahora, si me disculpáis, voy a tomarme un café tranquilo, ¿os importa?
Y sin decir nada, ni esperar respuesta, entra en Starbucks.
Algunas chicas se dan la vuelta para mirarlo, otros chicos comentan algo de fútbol, bebés lloran.
-Un tostado medio, por favor.
Varias chicas se le acercan y se echan fotos con él.
Con mucha prisa, paga y se marcha de nuevo a casa. Allí, llama a Isabella.
-¡Hola! -Dice, entusiasmada.
-Qué feliz pareces, ¿tanto me echas de menos?
-Tienes que venir a por mí, por favor. Me he pedido algo y no puedo pagarlo, me he dejado el dinero en tu coche -susurra, para que no se la oiga-. Por favor.
-Claro, dime dónde estás.
Se oye como le pregunta a una señora, y después lo dice:
-Calle Destik, la cafetería se llama Pol. Es algo cutre -susurra de nuevo, y ríe-. No tardes.

La camarera la examina cada segundo, cada trago que da a su refresco, cada pestañeo.
-Me está poniendo nerviosa -declara, algo incómoda.
-¿Qué?
-Deje de mirarme, me está poniendo nerviosa.
-Es que... me suenas de algo. ¿Has venido antes por aquí?
-Eso, ¿vienes mucho por aquí? -Dice uno de los hombres del billar, que se acerca y se sienta a su lado.
-No.
-Vaya, es algo tímida -dice el hombre, mientras le sonríe-. ¿Te invito a algo?
-Págueme esta Coca-Cola.
-¿No prefieres que nos tomemos un cubata?
-No, paga esta Coca-Cola.
-Vale... está hecho -dice, y saca un billete de diez euros del bolsillo derecho-. Eres muy guapa.
"Esto me está empezando a dar miedo".
-Me llaman, ahora vuelvo -dice, y sale a la calle para llamar a Ashton. A los tres timbrazos, responde-. ¿Ashton?
-Estoy cogiendo el coche, ¿qué quieres?
-Tengo miedo. Un viejo me ha invitado a algo. O vienes ya o me marcho.
-Baja tres calles hasta Quarch, así tardo sólo dos minutos en llegar. No cuelgues el teléfono.
-¿Por qué dices eso? Me estás asustando.
-Tú corre y no cuelgues el teléfono. Sigue hablándome.
-Si corro no podré hablar -dice Isabella, y echa a correr-. Háblame tú.
-Me quedan ocho calles. Los paparazzis me han seguido hasta Starbucks.
Cuando Isabella llega a Quarch, Ashton ya está allí.
-Si me multan, pagarás tú.
Y cuelga. Isabella se monta en su coche y le sonríe.
-Me has asustado. ¿Te ha hecho algo?
-¡No! Eres como mi madre -dice Isabella-. Así no transmites confianza.
Y con un fuerte acelerón, el coche cruza la larga calle en menos de dos segundos.
-Y así tampoco -Dice él, y muestra una sonrisa pícara.

Cuando llegan a casa de Isabella, las palabras sobran y faltan cariños. Un abrazo, un beso (en los labios, en el cuello, en la mejilla...).
-Nos vemos pronto -dice él, como el primer día.
Ella sonríe. Y susurra en su oreja:
-Espero que mañana.

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